viernes, 8 de diciembre de 2017

Madre Inmaculada...

Madre Inmaculada, queremos aprender de ti a esperar a Jesús.
Queremos caminar contigo y como tú hacia el encuentro con Él.
Ayúdanos a disponernos para celebrar su venida,
Tú eres la estrella que nos guía hacia Él.
Ayúdanos, María, a reavivar el fuego de nuestra esperanza
en este tiempo de Adviento, para que sepamos acoger la Luz del mundo
y nos convirtamos en antorchas que iluminan la oscuridad de nuestro mundo.

Necesitamos tu mirada inmaculada,
para recuperar la capacidad de mirar a las personas y cosas
con respeto y reconocimiento
sin intereses egoístas o hipocresías.

Necesitamos de tu corazón inmaculado,
para amar en modo gratuito
sin segundos fines, sino buscando el bien del otro,
con sencillez y sinceridad, renunciando a máscaras y maquillajes.

Necesitamos tus manos inmaculadas,
para acariciar con ternura,
para tocar la carne de Jesús
en los hermanos pobres, abandonados, enfermos,
para levantar a los que se han caído y sostener a quien vacila.

Necesitamos de tus pies inmaculados,
para ir al encuentro de quienes no saben dar el primer paso,
para caminar por los senderos de quien se ha perdido,
para ir a encontrar a las personas solas.

Te agradecemos, oh Madre, porque al mostrarte a nosotros libre de toda mancha de pecado,
nos recuerdas que ante todo está la gracia de Dios,
está el amor de Jesucristo que dio su vida por nosotros,
está la fortaleza del Espíritu Santo que hace nuevas todas las cosas.
Virgen Inmaculada, Madre de Dios y Madre nuestra. Ruega por nosotros.


Madre Inmaculada, la gran intercesora, ayer en el Evangelio, hoy en el Sagrario y siempre en la eternidad, enséñanos a decir con generosidad, firmeza y paz, en todo y siempre, tu respuesta al ángel: “Hágase en mí según tu palabra”.

Tú que conservaste en tu corazón las palabras que oías de Jesús y que acogiste con profundo amor el sueño de Dios para tu vida, intercede por nosotros para que redescubramos que la felicidad que anhelamos y que tenemos derecho a saborear tiene un nombre, un rostro, el de Jesús de Nazaret, oculto en la Eucaristía. Amén.

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