domingo, 9 de octubre de 2016

Don Manuel, a imagen del Buen Pastor

   Pastor según el Corazón de Cristo...

   «Yo no quiero ser el Obispo de la sabiduría, ni de la actividad, ni de los pobres ni de los ricos, yo no quiero ser más que el Obispo del Sagrario abandonado… A eso voy a Málaga y a donde quiera que me manden, a ser el obispo de los consuelos para los grandes desconsolados: el Sagrario y el pueblo. El Sagrario porque se ha quedado sin pueblo, y el pueblo porque se ha quedado sin Sagrario conocido, amado y frecuentado» (Aunque todos… yo no, en OO.CC. I, n. 121).
   «Así lo espero: y porque el Pastor debe ir delante de sus ovejas, sobre todo en las horas de peligro y del más duro camino, y porque no quiero que falte a vuestros deseos y empeños el estímulo de mi ejemplo, aquí me tenéis confiado en Aquel en quien lo puede todo, dispuesto a poner de mi parte, cuésteme lo que cueste, duélame lo que me duela, sin detenerme ni descansar mientras a mi alma le quede un aliento y a mi caja una peseta o a mi persona una cosa que la valga. En nombre del Corazón de Jesús, cuyo indigno obispo soy, os digo que ni su parte ni la mía faltarán» (Un sueño pastoral, en OO.CC. II, n. 1985).
   «El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús», repetía con frecuencia el Santo Cura de Ars. Esta conmovedora expresión nos da pie para reconocer con devoción y admiración el inmenso don que suponen los sacerdotes, no sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad misma.
   Don Manuel consiguió en su tiempo cambiar el corazón y la vida de muchas personas, porque fue capaz de hacerles sentir a Jesús, presente en la Eucaristía y su amor misericordioso y providente. Urge también en nuestro tiempo un anuncio y un testimonio similar de la verdad del Amor.
   Hagamos presentes a todos los sacerdotes que con humildad repiten cada día las palabras y los gestos de Cristo a los fieles cristianos y al mundo entero, identificándose con sus pensamientos, deseos y sentimientos, así como con su estilo de vida. ¿Cómo no destacar sus esfuerzos apostólicos, su servicio infatigable y oculto, su caridad que no excluye a nadie? ¿Y qué decir de la fidelidad entusiasta de tantos sacerdotes que, a pesar de las dificultades e incomprensiones, perseveran en su vocación de “amigos de Cristo”, llamados personalmente, elegidos y enviados por Él? (cfr. BENEDICTO XVI, Carta para la convocación del año sacerdotal, 16-6-2009).


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